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El destino del cementerio evangélico-augsburgués de Osowo

Sources

Detalles
Escuelas de Economía de Złotów
PROFESOR: Marek Chołodowski
Autores: Przemyslaw Oszczypala
Edad: 16 de 8 años en adelante
País/Países: Polonia

Actividades
Elaborar una contribución para un concurso
Entrevistar testigos de la época
Establecer relaciones con la historia local
Investigar la historia local
Tareas de excavación y rescate

Un joven de Osowiec reconstruyó mediante la excavación de lápidas y a través de los informes de testigos de la época la historia del cementerio evangélico alemán destruido en 1973 para participar en el 8° concurso de la Fundación Bathory y del Centro Karta sobre el tema “El controvertido recuerdo del pasado – monumentos, cementerios, patrones de nombres“. El logró superar el rechazo que los habitantes del pueblo mostraron ante su proyecto y consiguió incluso su colaboración.

La historia del pueblo

Osowo es un pequeño pueblo en el distrito de Złotów en Großpolen del norte. En las fuentes apareció por primera vez en el año 1591 bajo el nombre Ostrogora y después de nuevo en 1653 como Ossowka. El pueblo pertenecía a las fincas de Złotów y comprendía en el siglo XVII cinco tierras que estaban repartidas entre nueve campesinos. En 1764 se agregaron otras ocho tierras de la abandonada dependencia de la granja Wymyslowo que hoy ya no existe. Durante la separación entre la tierra de las fincas y la de los campesinos en el año 1827, se fundó en un trozo de tierra separada del resto una colonia en la que prácticamente sólo se establecieron alemanes. En Osowiec – así se llamaba la colonia – la polonización de la población fue haciendo progresos año tras año. Cuando en 1925 crecieron las aspiraciones de sustituir los topónimos en idioma polaco por nombres alemanes, el pueblo Osowo pasó a llamarse Aspenau. Hasta 1939 sólo vivieron allí alemanes. Cuando todo el territorio cayo bajo dominio polaco tras la Segunda Guerra Mundial y los habitantes que habían vivido siempre en el lugar abandonaron el pueblo, los colonos del cercano Osowiec ocuparon su puesto.

El cementerio

La historia de Osowo está estrechamente relacionada con el destino del cementerio evangélico-luterano. Este constituye un ejemplo del avanzado estado de devastación de las tumbas protestantes. Si uno pasa por el pueblo no se descubren en ningún momento huellas de antiguos túmulos. Resulta también difícil encontrar pruebas escritas de que aquí hubiese habido antiguamente un cementerio.

Los únicos documentos que se han conservado es un plano del cementerio trazado en 1989 por el departamento de la Wojewodschaft para la protección de monumentos en Poznań [Posen] /subdivisión de Piła [Schneidemühl] y un mapa topográfico de Osowo de la época de antes de la guerra. En la literatura alemana no se encontró por el contrario ninguna mención. Pero tampoco los documentos citados contienen informaciones concretas. Del mapa [véase documento 1: mapa topográfico] tan sólo se puede deducir la situación del cementerio en la parte sur del pueblo y el plano del cementerio [véase documento 2: plano del cementerio], en el que en casi todas las rúbricas aparecen las palabras “no hay datos”, da informaciones sobre la fecha de fundación (a mediados del siglo XIX), la superficie (0,48 ha) y la división originaria del cementerio en avenidas y acantonamientos. Cuando se elaboró el documento, el cementerio ya había desaparecido por completo.

Para reconstruir la historia del cementerio, hubo que buscar informaciones en otras fuentes. En este caso resultaron de un incalculable valor los recuerdos de las personas que conocían tanto el cementerio de antes de la guerra como su destino posterior. Aunque estas personas no hablaban de buena gana sobre la complicada historia del cementerio se pudieron recoger informaciones a través de las cuales fue posible reproducirla. Tras un velo de secretos y temas tabuizados apareció la verdad de cómo habían sido borradas las huellas de los alemanes que habían vivido en estos territorios junto la población polaca durante siglos. A esto también había contribuido la despreocupada desolación de las tumbas que los alemanes habían dejado tras ellos.

La época de esplendor

La historia del cementerio de Osowo guardó desde el principio muchas sorpresas. Del plano del cementerio se puede deducir que éste fue construido a mediados del siglo XIX. Los habitantes más mayores se acuerdan de las narraciones de sus abuelos que contaban que la mayor parte de las primeras tumbas eran tumbas de niños. En uno de los informes se mencionaba el año 1852 en el que una “peste” había asolado el pueblo y a consecuencia de la cual murieron muchas personas. Quizás se construyó entonces el cementerio por este motivo. Al consultar la historia de la región en torno a Złotów Flatow], uno encuentra informes según los cuales en la primera mitad del siglo XIX las epidemias de cólera hicieron estragos; pero no se menciona que éstas llegaran a Osowo.

En años posteriores se enterraron en el cementerio a protestantes. Estos suponían aproximadamente el 80 por ciento de la población del pueblo y del entorno cercano. El siguiente espacio temporal con una gran mortalidad fueron los años de la Primera Guerra Mundial. En aquellos tiempos los soldados constituían la mayor parte de los fallecidos. Según datos de los habitantes más mayores sus tumbas tenían sólo unos sencillos marcos de hormigón; en la mayoría de los casos carecían de datos sobre la persona.

A principios del siglo XX todo el cementerio fue rodeado por un cercado blanco de madera sostenido por postes de hormigón. En la entrada, ante una avenida de antiguos árboles, se erigían tres fuertes pilares de hormigón con cruces acanaladas.

Entre ellos se habían colocado el portal y la puerta de entrada. La mayoría de las tumbas se encontraban a la derecha de la avenida. A la izquierda tan solo había pequeñas tumbas con ribetes de hormigón que eran llamadas umfasungi por las personas más mayores en sus informes. Si se entraba en el cementerio por la entrada principal a uno le llamaban la atención inmediatamente - tal como lo describen en sus informes aquellos que recuerdan los años treinta - las maravillosas lápidas de mármol negro con letras doradas esculpidas. Todas las inscripciones - textos y datos sobre los fallecidos - estaban hechas en la llamada escritura gótica o, como también se decía, en caracteres “alemanes”. Junto a los datos sobre la persona del fallecido se leía en cada lápida una cita religiosa o un verso del Nuevo Testamento. Las lápidas de mármol se hallaban en las dos primeras filas a la derecha de la entrada. Tres o cuatro - en este punto los informes son contradictorios - estaban rodeadas por vallas de hierro forjado. Los que aún se acuerdan de ellas las describen con entusiasmo.

Tenían aproximadamente un metro de altura y las dimensiones de una “habitación pequeña” (de esta forma las describía el habitante más mayor del pueblo que durante la guerra había llegado allí como trabajador forzoso). La mayoría de los adornos eran flores de todo tipo pintadas en color dorado. Cada pequeña valla tenía una puerta de una o dos piezas con un bello picaporte y una cerradura que podía cerrarse ;todas las puertas se abrían hacia adentro donde se encontraba un pequeño banco para los visitantes junto a un monumento de mármol rodeado de flores . Junto a la mayor y más bella tumba crecían dos thujas que aún están allí actualmente y que hoy en día alcanzan unos tres metros. En las filas de tumbas que se hallaban detrás estaban las tumbas “pobres”. Aquí las lápidas eran de piedra arenisca, pero también decoradas de forma muy bella. De forma similar a las lápidas de mármol, aquí se encontraban también citados en escritura “alemana” de las Santas Escrituras. Cada lápida estaba coronada por una cruz que en la mayoría de los casos estaba sobre un pedestal de mármol. Mientras más se adentraba uno en el cementerio más descuidadas y sencillas se hacían las tumbas (cruces de metal con datos sobre los fallecidos y ribetes de cemento). Es muy probable que allí se hubiesen enterrado a los primeros muertos y que las tumbas posteriores se encontraran más cerca de la entrada.

Los habitantes más mayores se acuerdan aún de las últimas personas que fueron enterradas aquí. Fueron un hombre que murió poco antes del final de la Segunda Guerra Mundial y una chica joven “de buena casa”acompañada por un gran cortejo fúnebre (por desgracia no se conocen los nombres). Algunos afirman que también hubo algunos entierros en el cementerio de Osowo tras la guerra; pero estos tuvieron lugar sin presencia de sacerdote y en el túmulo tan solo se depositó un ramo de flores.

La historia de la destrucción

Tras la Segunda Guerra Mundial decayó el cementerio que existía desde hacía cientos de años. Los polacos de las cercanías tomaron posesión de las granjas que los alemanes habían abandonado precipitadamente. En su huida los alemanes se llevaron un pequeño saco con tierra y en algunos casos pidieron a polacos de confianza que se ocuparan de las tumbas de sus familiares. Los polacos conocían bien a sus antecesores y algunos mantuvieron durante muchos tiempo el contacto con ellos. Pero también había otros que habían llegado de territorios polacos muy lejanos, y éstos odiaban a los alemanes y querían vengarse de ellos por las injusticias sufridas. Se dieron conflictos. Mientras que los antiguos residentes cumplieron su promesa y se ocuparon de las tumbas alemanas, los que se habían establecido después les llegaron a insultar por este motivo e incluso les amenazaron con denunciarles por colaboración con los alemanes, una amenaza que era muy temida.

A consecuencia de esto las tumbas se vieron desatendidas y el cementerio cayó en el olvido. Lo primero que se hizo fue romper el cercado. Se arrancaron los postes de hormigón para utilizarlos para cercar las propias fincas (una parte se ha mantenido hasta hoy). De forma similar se destinaron las vigas maestras de madera a cercar las granjas. En los años cincuenta y sesenta se inició la destrucción de los monumentos funerarios. Primero fueron robadas lápidas de mármol, con toda probabilidad por los canteros. Si se tallaban y se partían las placas de mármol, que eran extraordinariamente gruesas, se podían hacer de ellas varias lápidas y luego venderlas. Tal como se desprende de los informes, algunos se enriquecieron con este negocio.

Más tarde el desolado cementerio se convirtió en campo de juegos para la generación de posguerra que iba creciendo allí. Se hicieron escondites, se organizaron concursos para ver quién plantaba el más bello “jardín de flores” (así se designaban las tumbas con las vallas de hierro forjado). Se arrancó la maleza, se plantaron flores y se encendieron luces funerarias para Todos los Santos; pero esta época de cuidados del antiguo cementerio no duró mucho tiempo. Cuando esta generación llegó a la edad adulta, ya no quedó nadie que se preocupara por las tumbas.

Todas las lápidas de mármol habían sido robadas, tan sólo quedaban las de piedra arenisca. A finales de los años sesenta también éstas empezaron a aprovecharse. Si tenían la forma de grandes bloques se podían utilizar para la construcción. Una lápida servía de umbral para el granero, otra para fortalecer los muros de una pocilga. Ya no había cementerio. En los abandonados “jardines de flores” pacían los gansos, algunas vallas de metal se utilizaron como cercados para las aves en las granjas. Lo peor ocurrió en el año 1973. En aquel año las autoridades comunistas decretaron la disolución completa del objeto y pusieron a disposición 10.000 eslotis a tal efecto. La realización de los trabajos fue asumida por la federación de cooperativas agrónomas de la cercana localidad Buczek Wielki.

Tras algunos días de todo el cementerio tan solo quedaban dos de los tres grandes pilares de la entrada. Todas las lápidas habían sido primero arrancadas de la tierra, después partidas con el martillo en trozos pequeños, transportadas y descargadas finalmente junto al puente de madera que llevaba al otro lado del río cercano. A fin de destruir las lápidas más a fondo, se pasaron tractores por encima y se enterraron. El recinto junto al puente tenía un aspecto terrible tras la devastación del cementerio. De la tierra sobresalían trozos de lápidas rotas en las que ya no se podía leer nada, ya que se dio gran importancia al hecho de borrar todas la huellas alemanas. Con el transcurso de los años la tierra que había sido vertida sobre las lápidas fue descendiendo de forma que salieron a la luz los fragmentos de piedra arenisca y cemento que yacían desordenadamente por todas partes de forma.

En 1989 se derrumbó el puente de madera. Se decidió construir en su lugar uno nuevo de hormigón. Los restos de piedra arenisca sirvieron de material de construcción, con los ribetes de hormigón se aseguró la orilla del río. Los fragmentos más grandes se utilizaron para los cimientos del puente. Una parte se perdió de forma irrecuperable. Tras la conclusión de los trabajos se enterraron los últimos restos de las lápidas. Las últimas huellas del cementerio fueron borradas en el año 1997. Con ocasión del 50 aniversario de la fundación del cuerpo de bomberos voluntarios de Osowo, cuando se puso en orden el recinto del cementerio y se cortaron los arbustos (la cochera está a unos 150 metros de allí) se arrancaron los dos últimos pilares de la entrada con ayuda de tractores.

En la primavera de 2003 tuvieron lugar más trabajos de ordenación con motivo del 55 aniversario de la fundación del cuerpo de bomberos voluntarios de Osowo. Durante las ceremonias se utilizó el recinto del cementerio como aparcamiento.

Excavaciones

Todos los informes de testigos de la época confirman que las lápidas destruidas fueron llevadas al río que se encuentra en las cercanías. Yo estaba por lo tanto seguro de encontrar allí por lo menos restos, a pesar de que una gran parte se hubiese utilizado para la construcción del puente de hormigón. Aunque los habitantes más mayores se mostraban escépticos, decidí convencerme a mí mismo de ello. Unos cuantos días de trabajo con layas y palancas dieron como fruto resultados inesperados [véase fotos n° 1 y n° 2].

En el recinto donde según los informes de los testigos debían yacer los restos de las lápidas del cementerio no se podía apreciar nada de lo que había ocurrido allí hacía años. Pero las apariencias engañaban. A algunos centímetros por debajo del césped se encontraban los restos de ribetes. Eran pequeños fragmentos y partes de una especie de lápidas de terrazo. El césped se pudo desprender fácilmente y desenrollarse como una alfombra. Después de haber quitado la superficie de césped y algunos centímetros de arena aparecieron por todas partes trozos de lápidas. A causa de su tamaño se extraían con dificultad de la tierra.

Excavé más profundamente y cada vez encontré más fragmentos. En la mayoría de los casos eran partes de placas funerarias de una especie de terrazo claro u oscuro. Los puse todos a un lado y los limpié en profundidad. Quería encontrar por lo menos una placa en la que se encontrara una inscripción. Cada día de mi laborioso trabajo sacó nuevos fragmentos a la luz, la pila de trozos desenterrados crecía día a día. También creció el interés de los habitantes del pueblo. Ellos visitaban cada vez más a menudo el “lugar de excavación” y me contaban cosas sobre el cementerio y su historia.

El cuarto día trajo consigo el momento tan esperado. Un metro y medio por debajo de la superficie de la tierra destellaba un trozo de cristal negro con una inscripción. Mi alegría aumentó al encontrar cerca de éste otros fragmentos. Pero por desgracia la placa se encontraba, tal como pude comprobar algo después, bajo un pilar de hormigón de considerables medidas. Me costó varias horas sacarlo de allí. La placa de cristal se había roto bajo la presión del pilar de hormigón. Pude desenterrar 27 trozos de cristal que yacían alrededor y que casi llegaban a formar una unidad. Tuve la sensación de estar haciendo un puzzle. Tal como se puso de manifiesto, la placa se había hallado originariamente sobre la tumba de una chica de 14 años. La alegría por el descubrimiento se mezcló con una cierta tristeza [véase foto n° 3].

El mismo día encontré otra lápida. No era particularmente grande pero estaba cubierta de inscripciones. También se trataba de la tumba de un niño, un niño de cinco años [véase foto n° 4]. Se encontraba bajo el camino que llevaba al puente. Entre las personas que visitaban mis “excavaciones” ésta despertó un gran interés. A menudo se oía la pregunta: „¿Qué ha hecho este niño de cinco años para que se haya tratado su lápida de una forma tan infame? La respuesta es sencilla: era alemán. Algunos de mis visitantes dijeron que se avergonzaban de ser polacos y no comprendían a los compatriotas que eran culpables de un acto de tal vandalismo.

La noticia del hallazgo de los monumentos funerarios se propagó rápidamente por el pueblo y cada vez más personas mostraron abiertamente su interés. Al día siguiente debía desenterrarse una gran lápida junto a la orilla del río. Era muy pesada. Yo no podía hacerlo solo pero un señor mayor, que no vive lejos del río y que me había mostrado el lugar preciso donde habían sido vertidos los restos de las lápidas, me brindó su ayuda. A partir de una larga viga de varios metros de longitud y de una cadena me hice una especie de grúa con la que finalmente pude extraer la piedra. Tras haber limpiado el fango, apareció una inscripción poco clara en medio de un adorno en forma de corona. Tan solo eran dos palabras: “Auf Wiedersehen” [Hasta la vista] y aparte de eso nada más, ningún dato sobre un(a) fallecido/a . Quizás se trataba sólo de la parte de un monumento funerario mayor. Ramas de encina con bellotas así como un ramo de laurel forman una corona de plantas. Las plantas y en especial los frutos simbolizan la vida: bellotas y laurel - inmortalidad. La corona se asigna a menudo a personas relevantes, especialmente a poetas. La inscripción y el simbolismo de las plantas daban mucho que pensar [véase foto n° 5].

También otras lápidas habían sido decoradas con símbolos, tal como recordaban aquellos que conocían el cementerio. Entre estos se encontraba una cruz con un ancla y un corazón. Esto representaba tres virtudes divinas: la cruz simboliza la fe, el ancla la esperanza y el corazón el amor (o la compasión). Los protestantes atribuyen una gran importancia a los símbolos. Un ejemplo de esto es la mencionada corona de hojas de encina y ramas de laurel.

Al extraer la lápida, la tierra se deslizó un poco dejando al descubierto barras de metal. Era un trozo de una valla de hierro forjado y por lo tanto una prueba más de que los informes eran ciertos. Tras haber sacado la capa de tierra aparecieron maravillosas flores de metal y un picaporte con un cerrojo. Se trataba de una puerta de una pieza y de un pequeño trozo de yunta. Aunque el metal estaba muy oxidado y dañado se podía observar su elaboración artística. No es de extrañar que las personas que me habían hablado del cementerio se hubieran fijado especialmente en la valla de metal y que estuvieran tan fascinados por ella. Gracias a las informaciones de los visitantes de mis “excavaciones” se pudo comprobar que este trozo formaba parte de la valla que había cercado el mayor y más bello monumento [véase foto n° 6].
Cuando finalizaron los trabajos junto al río un compañero me dijo que recordaba haber visto hacía unos años un fragmento de una piedra decorada que se encontraba sobre el tubo de riego que pasaba por un camino cercano. En efecto, allí se encontraba una gran lápida decorada de forma muy hermosa que cubría completamente la obertura del tubo que pasaba por el camino. Por arriba estaba cubierta con una gruesa capa de tierra, a los lados se encontraban dos enormes placas. Se saco con dificultad. Se trataba de la lápida más hermosa y al mismo tiempo de la más antigua de las que había encontrado hasta el momento. El año de fallecimiento de una mujer de 55 años, sobre cuya tumba se encontraba la lápida, databa de 1901 [véase foto n° 7].

Memoria y esperanza

De esta forma finalicé mis trabajos junto al río; el invierno se acercaba. Mi actividad había provocado diferentes comentarios. A menudo oí que no tenía sentido ya que todas las huellas del cementerio habían sido borradas, que su historia ya no podía reconstruirse.

El cambio en la actitud de los habitantes del pueblo fue sorprendente. Cuando comencé a recoger informes sobre el cementerio, los testigos de la época guardaron distancia. A veces ocultaban importantes informaciones sobre la forma en que el objeto fue destruido, y sobre las personas que lo habían hecho. El cambio se produjo cuando comencé mis trabajos junto al río. Cuando los habitantes del pueblo vieron las lápidas que habían sido extraídas empezó a llegar una avalancha de informaciones. Se dieron fechas y nombres; lentamente se descubrió la verdadera imagen del cementerio y de su destino. Cada día había más observadores durante las “excavaciones” y más noticias nuevas. También de los alrededores llegó gente a Osowo para contemplar los resultados de mi trabajo. De vez en cuando esto resultaba molesto. Se hicieron preguntas como: ¿A quién le molestaba tanto el cementerio para destruirlo tan a fondo? Yo creo que cada uno debe responder por sí mismo a esta pregunta.

El cuerpo de bomberos voluntario de Osowo decidió en una reunión de la junta directiva que el antiguo recinto del cementerio se roturase y mantuviese limpio de forma regular. También se quería hablar de ello en la asamblea de vecinos del pueblo. Cada vez se escuchaba más la opinión de que las lápidas debían regresar a su lugar de origen. Esto supondría una gran empresa ya que las lápidas extraídas representaban sólo una pequeña parte de lo que aún quedaba bajo la tierra. A comienzos del año el agua de deshielo dejó al descubierto un fragmento de una lápida al otro lado del río. Probablemente allí yacen más. El alcalde del pueblo brindó su ayuda para el transporte de los residuos e incluso para las excavaciones de los restos. Algunos decían que no estaría mal poner una placa conmemorativa del cementerio. No se sabe cuántos de estos planes han llegado a realizarse; en el peor de los casos las lápidas que quedaron al descubierto volverán a ser enterradas junto al puente. Su destino depende de los habitantes del pueblo ya que la restitución del orden anterior no es la tarea de una sola persona.

El ejemplo del cementerio evangélico-luterano de Osowo nos enseña que las pruebas escritas no lo son todo para la existencia de algunos objetos. A menudo se olvidan los valiosos recuerdos de la gente mayor que de vez en cuando se muestran como fuente principal de información. Vale la pena escuchar estas narraciones.

Los trabajos que pretendían conducir a una apertura de la dinámica historia del cementerio provocaron igualmente una sorprendente reacción entre las personas cuya indignación inicial se transformó en un enorme interés. Para todo ello era necesario un empuje. Considero un gran éxito los planes que se hicieron cuando se divulgó el asunto del cementerio ya que cada vez más personas se interesaron por la historia del objeto. También el hecho de que los habitantes tengan la intención de recordar el cementerio es un motivo de alegría; ya que esto significa que esto les da que pensar y que permanecerá en el recuerdo y no caerá en el olvido.

A pesar de los esfuerzos por borrar todas las huellas- esfuerzos que condujeron a consentir la bárbara devastación de un lugar de entierro en nombre de una razón superior y de la ideología proclamada- se consiguió recuperar un pasaje de la historia y añadir al mismo tiempo un nuevo capítulo sobre el controvertido recuerdo del pasado

El cementerio de Osowo – un año después

Cuando terminé de escribir el trabajo sobre el cementerio de Osowo no contaba en absoluto con que éste obtendría un premio. Yo pensaba que con ocasión de un concurso semejante se enviaban cientos de trabajos que eran con seguridad mejores que el mío. Pero...no fue así. En realidad entonces no era lo más importante para mí. Las lápidas que yo había puesto al descubierto se convirtieron en un problema. La entonces directora del Muzeum Ziemi Złotowskiej [Museo de la región Złotów], la señora Małgorzata Chołodowska, y su marido Marek Chołodowski, mi profesor de historia, que me habían ayudado mucho a reconstruir la historia, pensaban que las lápidas debían regresar a su lugar de origen. Los habitantes de Osowo tenían una opinión similar. Yo decidí participar activamente en esta actividad. Fui a ver al alcalde del municipio de Lipka, el señor Wojciech Kurdzieko, que apoyaba esta idea bajo la condición de que los habitantes del pueblo dieran su consentimiento. Por este motivo me dirigí al alcalde de Osowo, el señor Marian Tomke, que también apoyaba esta idea. Acordamos que el asunto debía tratarse a mediados de junio en la asamblea del pueblo. El día de la reunión llegó finalmente. Para mí supuso una prueba de nervios el tomar la palabra ante todo el pueblo. Pero me había preocupado innecesariamente. Todo fue bien y los habitantes consintieron sin ningún tipo de oposición en llevar los fragmentos de las lápidas al recinto del antiguo cementerio.

Esto se hizo a principios de julio de 2004. El número de los voluntarios que querían ayudar me sorprendió completamente. Se puede decir que todos los que pudieron vinieron y ayudaron [véase fotos n° 10, 11, 12]. Durante el transporte de las lápidas se descubrieron otras que también fueron llevadas al antiguo cementerio. Más tarde, en un círculo más pequeño, se pudo componerlas y completarlas; algunas pudieron incluso ser restauradas hasta cierto punto, por ejemplo, se marcaron las letras con pintura dorada.

Me alegro mucho de que la suerte del cementerio no resulte indiferente a muchas personas, hecho del que dan testimonio las luces funerarias que se encienden junto a las tumbas el día de Todos los Santos.